Siempre nos quedará... escribir, París era demasiado caro.

jueves, 16 de julio de 2020

Vigilia y carcaj

    Nos sobrevino la noche, a mí también por dentro. La oscuridad devoraba la escasa luz que aún poblaba la bóveda celeste. Nuestros cuerpos se desdibujaban y nuestras sombras se diluían en la profundidad de una noche nueva. No te veía, te sentía. Sabiéndome cerca de ti alargué mi mano y frené tu paso. Sin decir nada, sin necesidad de decirlo, nuestros latidos se acompasaron desbocados y locos en una carrera suicida. Notaba tu respiración acelerada, tu aliento rozando mis labios, tus ojos que sin verme me leían. Sin pensarlo mi boca recorrió los escasos centímetros que la separaban de la tuya y te besé con prisa, con la urgencia de unas ganas contenidas. Esos besos fogosos y apremiantes dieron paso a un baile de caricias. Tus labios danzaban por mi piel hablándome de rendición y de batallas perdidas en un idioma que no conoces. Arrodillada ante ti, sin necesidad de rozar el suelo, me mecían tus ganas y el olor de tu piel.

miércoles, 22 de abril de 2020

Hoy, ayer y siempre

       Diez años hace que nos conocemos y podría describir como si fuera ayer el primer día que me miraste y me sedujiste con esa forma tan tuya de retarme. Fue algo fortuito, casi inesperado pero ambas sentimos que no era cosa de un momento, ni de un instante. Yo venía de un mundo algo caótico donde supongo que no me entendían, o no me dejaba entender, pero encontré en ti el consuelo de una adolescente algo perdida. Tu silencio, sólo necesitaba eso, que sin decirme nada me dejaras decirlo todo. Por aquel entonces no sabía ni por donde empezar pero no tenía miedo, ni me temblaba el pulso, me moría de ganas por probarte, por probarme. Apoyé mis dedos sobre tu cuerpo y te recorrí, una y otra vez. Siempre ha sido una aventura preciosa acariciarte. En mi afán por nombrarte en las formas más perfectas siempre me complico aunque ambas sabemos que merece la pena. Me has hecho ser quien soy y tienes la suerte, o la desgracia, de formar parte de mi historia. Que mis piedras han sido las tuyas; que mis llantos se han derramado entre tu tinta; que mis sonrisas se han fusionado con tus líneas y tus curvas. Y aquí estamos, una década después con nuestros más y nuestros menos, con altibajos, idas y venidas. A pesar de todo, de todas, tú siempre estás; siempre eres consuelo en una madrugada difícil o eres templo en una noche de inspiración. Perdóname por las veces que te he fallado y no he estado a la altura. Te leerán y pensarán que esta vez también eres una más, lo que no saben es que tú eres la misma de siempre; que tú eres todas, que tú eres La tercera persona del singular.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Desnudo paradójico

         Parecía como si aquella acera sobre la que caminaba sin rumbo intentara atrapar mis pies. A cada paso se me hacía más y más complicado avanzar, como si me fuera quedando adherida a esas losas de hormigón con formas geométricas. Finamente detuve por completo mi paso en aquella calle fría y solitaria a esas horas intempestivas de la madrugada. La luz anaranjada de las farolas proyectaba sombras difusas, alargadas y lúgubres sobre esa acera que me tenía cautiva. Los coches, empapados, eran testigos de mi transitorio estado de pausa mientras esperaban su particular helada. Allí parada, entre lo que aparentemente parecía una antigua mercería y una farmacia, con las manos metidas en los bolsillos cerré los ojos deseando teletransportarme. Dejé que el frío cortara mi piel y entumeciera mis músculos en un desesperado intento por confundir el dolor de fuera con el de dentro; inducir al letargo aquellos pensamientos que me recorrían las entrañas y subían por mi garganta tensando mi mandíbula. Por un momento, un breve instante, me creí lejos de aquella calle, de aquellas sombras, de aquella helada, de aquel precipicio que me daba tanto vértigo. El sonido estridente y el olor nauseabundo del camión de la basura me sacaron bruscamente de mi estado de trance. Evidentemente al abrir los ojos estaba en el mismo lugar del que había intentado huir. Estaba ahí, parada, como si algo me retuviera, como si a pesar del frío aquella calle solitaria con olor a basura fuera un lugar más confortable que mi propia cama.